Cuando el doctor nunca llega: historias de salud en los rincones de México
- Dr. Julio Enrique López Ruigómez
- 25 abr
- 2 Min. de lectura

En los rincones polvorientos de México, donde la carretera se vuelve terracería y los cerros parecen platicar entre ellos, la salud es un tesoro raro. Hay lugares donde la prevención no existe porque la medicina es un lujo, y el diagnóstico, ese aliado que en las ciudades parece llegar en una hojita de laboratorio o una receta electrónica, simplemente... no llega.
Allá, en comunidades apartadas, la enfermedad es una vieja conocida con la que se aprende a vivir —o mejor dicho, a sobrevivir—. Cada dolor, cada síntoma, es normalizado, como si el cuerpo fuera una carreta vieja que chirría pero sigue andando.

Don José, por ejemplo, pasaba sus días bajo el sol, con un dolor de cabeza constante que él atribuía al "mal de la calor" o a las preocupaciones del campo. Nunca pensó que ese dolor fuera una alarma de su cuerpo. Un día, mientras tomaba su café de olla, se desvaneció: había sufrido un infarto cerebral. De esos que se pudieron haber prevenido con algo tan sencillo como medirle la presión de vez en cuando.
Doña Amelia se enorgullecía de tener un metabolismo "de fuego". Comía como para alimentar a un batallón, tomaba agua como si fuera un manantial ambulante y bajaba de peso sin proponérselo. "Así somos en mi familia", decía sonriendo.
Nadie sospechó que esos signos no eran herencia de familia, sino diabetes mal controlada. Cuando la vista comenzó a escapársele como niebla en las mañanas, ya era tarde.
Y Don Arnulfo, que siempre fue "sano como un roble" (según su familia), un día simplemente no despertó. ¿Una muerte natural? No exactamente. Las arritmias familiares son como fantasmas silenciosos: no hacen ruido hasta que se llevan a quien encuentran en el camino. Si hubiéramos sabido, si alguien lo hubiera detectado a tiempo, quizá su historia sería distinta... y su familia también habría sido revisada.

Estos son solo tres ejemplos de los muchos que se escriben todos los días en los pueblos donde la enfermedad no avisa, donde el dolor es compañero y la muerte parece llegar sin permiso.
¿Por qué sucede esto?
Porque en México, nuestra gente vive dispersa en un territorio gigantesco. Hay más de 2,400 municipios y una cantidad enorme de comunidades rurales que no aparecen ni en Google Maps. Llevar médicos, hospitales y laboratorios a cada rincón es un reto mayúsculo. Y aunque sabemos que el gobierno tiene la responsabilidad principal de garantizar el derecho a la salud, también es cierto que la sociedad puede y debe ser parte del cambio.
Una consulta con causa
Cada que acudes con nuestro equipo médico, una parte del pago de tu consulta se destina para financiar el programa de Consulta con causa. Acercamos personal médico y todo aquello que este a nuestro alcance como estudios, tratamientos o gestión de hospitalización para diversos tratamientos. Es una labor compleja, pero sabemos que con tu apoyo, podemos hacer algo grande.

Porque sí, los sistemas de salud son complicados en todo el planeta (que se lo pregunten a cualquier país), pero juntos podemos mejorar la salud de muchas personas. No necesitamos salvar al mundo de un día para otro. Basta con cambiar una historia, una familia, una vida.
Cada granito de arena cuenta. Y en este México de corazón grande, sabemos que hasta la arena puede formar montañas.
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